Círculo vicioso

Toro (Kike Maíllo, 2016)

  nt_16_TORO_CARTEL_interiorRafael Cobos, co-guionista de Toro junto a Fernando Navarro (firmante del guion de Anacleto: Agente secreto [Javier Ruíz Caldera, 2015], película con cierta relación con la de Maíllo), es autor, a su vez, de los libretos de Grupo 7 (2012) y La isla mínima (2014), películas dirigidas por Alberto Rodríguez, que junto a Toro formarían una especie de trilogía-retrato de tres momentos de la historia reciente de España. Tres películas que, bajo su apariencia de thriller, esconden un análisis de las contradicciones entre la imagen oficial de este país y lo que hay en realidad detrás de ella. Grupo 7, situada en los años previos a los fastos de 1992, durante los cuales se vendía una España a la vanguardia de Europa en modernidad y desarrollo mientras la miseria, la desigualdad, la especulación y la droga se escondían con violentos métodos debajo de la alfombra. La isla mínima nos descubre que la “modélica” transición que nos contaba (y nos cuenta) la versión oficial está llena de zonas oscuras y que la sombra del franquismo era más alargada de lo que parecía.

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  En Toro nos encontramos en la época actual, en la Costa del Sol. La película, mientras escuchamos en los medios (de forma sutil, en segundo plano) noticias sobre el turismo como motor de la recuperación económica tras la crisis, nos muestra unas imágenes muy diferentes de esos espacios que en verano llenan los informativos hablando de ocupación hotelera al 100%, de crecimiento del empleo, de empresarios de la hostelería satisfechos de su labor y de gobiernos que cantan las alabanzas de un sistema económico basado en un turismo caduco de sol y playa. Toro retrata la otra cara de esos espacios: hoteles vacíos, tristes y lúgubres con una decoración propia de los años 70, amplios salones-restaurantes a media luz donde figuras solitarias deambulan como fantasmas, playas invernales donde se sueña con un futuro que es pura fantasía, parques acuáticos donde la sangre de un cuerpo inerte se desliza por los toboganes que más tarde ocuparán miles de veraneantes. Una Costa del Sol otoñal, oscura, húmeda, de neones luminosos que le dan un aspecto fantasmal y de pesadilla. Un mundo dirigido y controlado por empresarios mafiosos, “emprendedores” que son orgullo para la comunidad, que han creado una red clientelar que controla y vigila cualquier movimiento sospechoso. Un film donde unos pobres diablos están atrapados en un círculo vicioso del que no pueden escapar. Y, precisamente, Toro es una película donde las formas circulares son omnipresentes: la silueta del hotel donde vive el “capo” Romano, las piscinas y pasillos que pueblan ese mismo hotel, la pista giratoria de una sala de fiestas, las cuencas de los ojos vaciadas, las cadenas y colgantes que unen (y en ocasiones atan) a los personajes de por vida. Un film donde las relaciones familiares (padres-hijos-hermanos) y el peso del pasado es tan importante como lo eran en el anterior largometraje de Maíllo, Eva (2011) donde el mismo tema era tratado bajo los ropajes de la ciencia-ficción.

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  Puede que Toro no sea una gran película (aunque en ocasiones muestre trazas de serlo) y solo sea un thriller con aires de western, con altas dosis de violencia seca y brutal. Quizá cuente una historia demasiado esquemática y su hilo argumental sea raquítico. Una historia de venganza personal protagonizada por un joven (Toro-Mario Casas) y su irresponsable hermano mayor (López-Luis Tosar) enfrentados a su mafioso jefe (Romano-José Sacristán). Unos personajes demasiado planos que quedan configurados para todo el metraje ya desde la secuencia-prólogo que abre la película. Tal vez, Kike Maíllo esté demasiado preocupado por acercarse a modelos visuales y temáticos recientes como Mátalos suavemente (Killing Them Softly, Andrew Dominik, 2012) o Drive (2011) y Solo Dios perdona (Only God Forgives, 2013), ambas de Nicolas Winding Refn, que ya eran de por sí reformulaciones del cine de acción de los 70 y los 80. Pero a pesar de esto, entre las imágenes de Toro se filtra un certero retrato de una España ciega (la ceguera es otro de los temas fundamentales de la película) que no puede (o no quiere) ver lo que se esconde detrás de las apariencias y que además contiene uno de los finales más demoledores vistos en el cine español últimamente. Los personajes, aislados en tres planos diferentes: uno, herido frente a las puertas de la cárcel; otro, ciego y postrado en la cama de un hospital y un tercero huyendo, de forma cobarde, de su familia y sus responsabilidades. Metáfora de un país a la deriva, encerrado en un círculo vicioso, como sus protagonistas.

3 Comments

  1. Excelente comparación de varias películas que, bajo el paraguas del género, cuentan la historia reciente de nuestro país y de sus incongruencias, sus mentiras y sus agujeros negros. Aunque el guión peque de varios «agujeros» por donde se escapan muchas explicaciones del comportamiento de los personajes y de algunas de las acciones que se suceden, el trabajo de los tres actores principales, puro reflejo de estereotipos reales de nuestra sociedad, hace que la película crezca a medida que avanza la historia…hasta que ese final realmente inasumible para todo lo que hemos visto hasta ahora…

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  2. Yo la encontré estimable, aparte de que me lo pasé bastante bien viéndola. No es un guion demasiado sólido, aunque es tan hortera en su grandilocuencia y su saqueo estilístico que me parece que, de tanto mezclar cosas sin pizca de inhibición, hasta le queda una película con sabor y coherencia. Cuando se pone bruta y febril me gusta especialmente. Y la imagen que deja de fondo de este país corrompido y decrépito, de capillitas y pelotazos, vale la pena dentro de su discreción. Como dices, es un tríptico muy interesante de neonoir crítico el que dibuja con Grupo 7 y La isla mínima, que también disfruté mucho.

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