Herida de amor

 Mi amor (Mon roi, Maïwenn Le Besco, 2015)

  cartel_mi_amorPolisse (2011), la anterior película de la realizadora francesa, se acercaba, de manera supuestamente realista, al trabajo de un grupo de policías, miembros de una brigada de protección de menores. Este retrato coral contenía pequeñas fugas narrativas que mostraban las conflictivas relaciones de pareja de algunos de los personajes del grupo. Algunas de aquellas situaciones se reproducen en Mi amor para contar, ahora en primer término, la turbulenta historia amorosa de Giorgio (Vincent Cassel) y Tony (Emmanuelle Bercot, precisamente, guionista de Polisse). Dos personajes, en apariencia  opuestos, con conceptos diferentes del amor y la vida. Él posee un restaurante y un lujoso apartamento en el centro de París, se codea con un grupo de amigos pertenecientes al mundo de la moda y el arte, ha tenido múltiples relaciones, casi siempre efímeras y sin compromisos y antepone su libertad e individualidad a la relación de pareja. Ella es una abogada gris; su hermano y la novia de este parecen ser sus únicos amigos, lleva a cuestas algunas relaciones fracasadas y parece haber encontrado en Giorgio al amor de su vida y la estabilidad.

  Esta oposición queda claramente enunciada en una de las muchas secuencias de discusión entre la pareja que contiene el film. Giorgio visita a Tony en el bufete de abogados donde ella trabaja (una de las pocas veces que la vemos en su terreno, ya que casi toda la relación se juega “en casa” de Giorgio, valga el símil futbolístico). Ella le reprocha, tras haber roto la relación con él, que está cansada de tantos altibajos, de subidas y bajadas, que prefiere una vida rutinaria y tranquila. Él le espeta que esos dientes de sierra (como en un encefalograma) indican que uno está vivo frente a la linealidad que indica la muerte, el encefalograma plano. Esta concepción de la vida tiene su reflejo visual en dos imágenes: los picos de unas montañas nevadas que abren el film, donde Tony sufrirá un accidente (¿o es un intento de suicidio?) de esquí y la imagen de un mar plano, en calma, que se encuentra frente al centro de rehabilitación donde se recupera de su lesión de rodilla causada por la caída. Entre estas dos imágenes hay un proceso de cura que no es solo físico sino que permite establecer una metáfora sobre la curación de las heridas psicológicas y sentimentales que ha provocado en Tony la relación con Giorgio. A partir de los recuerdos de ella, la película crea una estructura narrativa que combina el presente en la clínica y el pasado mostrado en flashbacks que, de forma lineal, nos va desgranando la historia de amor desde el momento en que se conocieron hasta la separación final.

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  El gran problema de la película, que era también el de Polisse, es el exceso. Maïwenn filma a sus personajes con una intensidad que acaba por agotar a los espectadores, que desarma el pretendido realismo de las secuencias, que roza el ridículo (cayendo en ocasiones en él) y la histeria. Una cámara nerviosa pegada a sus personajes y una dirección de actores que les hacer estar sobreactuados. Para la directora francesa no existen los tiempos muertos o la pausa; cada secuencia, cada situación, por insignificante o cotidiana que sea (una boda, una discusión, el nacimiento del hijo o una simple cena en un restaurante) debe alcanzar tal grado de tensión que acaba restándole credibilidad.

  Quizá esta forma de dirigir y de contar, de mostrar el comportamiento humano esté relacionada con la propia biografía de su directora (y aquí entramos en el peligroso y resbaladizo terreno de la interpretación freudiana). El cine como forma de cicatrizar las heridas del pasado: la separación de sus padres, su difícil relación con su madre (la también directora y actriz de origen argelino Catherine Belkhodja) o su temprana maternidad, siendo aún adolescente, fruto de la relación con el director Luc Besson, que acabaría en ruptura y provocaría depresión y bulimia en la joven directora (algo que hemos visto ya reflejado en diferentes personajes de sus películas).

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  Como anécdota curiosa, decir que la película se presentó en el último festival de Cannes en la sección oficial a concurso el mismo día que Carol (Todd Haynes, 2015), dos films que podrían funcionar como reflejos deformantes entre sí. Dos películas con sendas historias de amor pero formal y visualmente opuestas. Carol se llevó los parabienes de la crítica allí reunida pero se fue de vacío en el palmarés. Mi amor fue rechazada por esa misma crítica pero consiguió el premio a la mejor interpretación femenina. Cosas de los festivales (y de la crítica). Eso sí, las dos finalizan con una secuencia donde la mirada es la absoluta protagonista. Si la imagen de Rooney Mara buscando la mirada de Cate Blanchett culmina con el encuentro entre ambas, en Mi amor la mirada de Emmanuelle Bercot (entre suplicante y desesperada) en busca de la de Vincent Cassel no encuentra correspondencia. La herida sigue abierta.

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