La soledad del fantasma

 A Ghost Story (David Lowery, 2017)

  a-ghost-story-david-lowery-cartel-españaTiempo y espacio. Es la condena para un fantasma. Vivir anclado a un lugar para toda la eternidad hasta que llegue su liberación, hasta encontrar la reconciliación con el mundo que dejó abruptamente y sin despedirse, abriéndose ante él un vacío doloroso e inconsolable. El tiempo curará las heridas en el mundo sensible y palpable, las heridas del fantasma serán eternas. El fantasma como ente solitario y triste que deambula por las estancias de ese espacio en el que sufre condena, que arrastra la melancolía provocada por el recuerdo del mundo y de aquellos que amó y dejó allí, sumido en el silencio y la incomunicación, provocando, en ocasiones, el terror y la inquietud en los que ahora habitan la dimensión que él abandonó trágicamente. La imagen ingenua e infantil del fantasma, con la sabana que lo cubre y sus dos agujeros negros en el rostro le dan un aire triste e inocente, como un niño que busca la atención de los demás, sentirse amado, querido y que, a veces, se enfada y se enrabieta. Que, como todos, tiene miedo a ser olvidado, porque en ese olvido también está su penitencia.

 Espacio y tiempo. Sobre estos dos parámetros construye el norteamericano David Lowery su historia de fantasmas. El espacio que ocupa la casa donde viven la pareja encarnada por Rooney Mara y Casey Affleck (los mismos actores que protagonizaron su anterior título, En un lugar sin ley (Ain’t Them Bodies Saints), en 2013). Un espacio que se transforma, que desaparece y vuelve a aparecer, donde los marcos de puertas, ventanas y habitaciones funcionan como reencuadres que atrapan a los personajes y a la vez enmarcan las dos dimensiones que conviven simultáneamente, la de los vivos y la del fantasma. El espacio que habitamos como lugar del recuerdo, como lugar donde dejamos una huella, una parte de nosotros mismos, escondida y secreta, a la espera de que el tiempo nos permita reencontrarnos con ella. Un tiempo infinito y circular que se aproxima a la idea del eterno retorno por el cual el universo, aunqe se extinga, volverá a nacer y volverán a repetirse, uno a uno, los mismos hechos. El film juega con el tiempo, dilatándolo, mediante planos de larga duración que eternizan acciones banales, o contrayéndolo mediante audaces elipsis que transforman el espacio (incluyendo aquello o aquellos que lo ocupan) pero nunca diluyen la eterna presencia de ese fantasma condenado. Lowery, además, plantea una concepción del tiempo nihilista y pesimista (explicitada en un largo discurso en mitad del metraje) por la que nuestras acciones en el presente dejan de tener importancia. La inmensidad de un tiempo eterno y cíclico a la vez, incapaz de abarcarlo intelectualmente, hace insignificante e intrascendente cualquier deseo de dejar huella en este mundo, convirtiéndonos igualmente en fantasmas condenados.

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   A Ghost Story es una pieza delicada e intimista (que choca, en ocasiones, con su ambiciosa y algo desorbitada reflexión filosófica), de un lirismo nunca irritante que esconde bajo sus bellas imágenes y sus elegantes movimientos de cámara una historia de amor hecha herida abierta por la distancia temporal y espacial. Una película que crece a base de silencios y susurros. Que funde algunos estilemas de cierto cine independiente norteamericano con el cine de casas encantadas y fenómenos paranormales del cine de terror contemporáneo, utilizando un formato de pantalla cuadrada y bordes redondeados que le da al film un aire de suave inocencia que lo emparenta con un cuento infantil o con una especie de relato soñado y fantasmagórico.

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  Tiempo y espacio (y amor). Coda poética.

[…]   Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,

ay que no vuelen tus párpados en la ausencia

no te vayas por un minuto, bienamada,

porque en ese minuto te habrás ido tan lejos

que yo cruzaré toda la tierra preguntando

si volverás o si me dejarás muriendo.                                                                

                                   Pablo Neruda (Soneto XLV)   

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2 Comments

  1. […]   Quizá la gran sorpresa del cine “independiente” norteamericano. Una delicada película protagonizada por un fantasma (con su clásica sabana y sus dos agujeros alrededor de los ojos) de un lirismo nunca irritante que esconde bajo sus bellas imágenes y sus elegantes movimientos de cámara, una historia de amor convertida en herida abierta por la distancia temporal y espacial. Un film que combina su suave aire inocente, incluso infantil, con la reflexión sobre la existencia y nuestro paso efímero por el mundo. (Crítica completa) […]

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  2. Siempre pensé que la sábana del fantasma es su manera de hacerse ver. Un espíritu invisible que al ponerse una sábana encima se hace visible y puede decir: eh, estoy aquí. Por artificio que por un lado da miedo, una fugira humana cubierta con una sábana siempre acojona un poco, por el otro es ridículo: ¿qué haces tapado de esa manera?… por eso me gusta, además de tus reflexiones, que una obra entronque el tema de los fantasmas sin despojarlos de este atuendo tan clásico, tan contradictorio.

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