Chutes de realidad

El pico (Eloy de la Iglesia, 1983)

  20533067El pico se inicia con una panorámica de la ciudad de Bilbao sobre la que van pasando los títulos de crédito, un rótulo nos explica que la película se basa en hechos reales. La siguiente imagen es la de una familia sentada a la mesa frente a un televisor en el cual vemos a Felipe González dando su primer discurso como presidente del gobierno. Un contraplano nos muestra al pater familias, un comandante de la Guardia Civil (José Manuel Cervino), despotricando del nuevo gobierno. Con unas pocas pinceladas Eloy de la Iglesia dibuja un contexto reconocible (y contemporáneo en el tiempo) para los espectadores que acudieron en masa a ver la película, convirtiéndola en uno de los mayores éxitos de taquilla del cine español: Los primeros meses del gobierno socialista, el terrorismo de ETA (que golpeaba de forma inusitada dentro y fuera de Euskadi) y el problema de una juventud sin dinero y sin trabajo que empezaba a sufrir el problema de la adicción a la heroína, que acabaría por diezmar a esa primera generación post-dictadura. Si algo no se le puede negar a Eloy de la Iglesia es su buena visión comercial a la hora de poner en pantalla unos ingredientes temáticos para atraer al público hacia una película que les mostraba de forma directa (aunque también sensacionalista, esquemática y con cierto morbo) una realidad a la que muchos de ellos solo tenían acceso de oídas o a través de los también, en algunos casos, sensacionalistas medios de comunicación.

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  Dentro de la filmografía del realizador vasco, El pico se sitúa en esa etapa de los años 80 en la cual se acercó al mundo de la droga, la delincuencia y la marginalidad de los jóvenes en los extrarradios de grandes ciudades: Navajeros (1980), Colegas (1982) o la secuela El pico 2 (1984), situada en Madrid, acaban por conformar una serie coherente de films, con aproximaciones particulares a una realidad candente en la época y en la que encontramos algunos nombres habituales en el cine de De la Iglesia, como el guionista Gonzalo Goicoechea (periodista especializado en esos temas) o un equipo artístico encabezado por el joven actor no profesional José Luis Manzano, vallecano descubierto por De la Iglesia y que, como algunos de los personajes retratados, murió a los 29 años de un chute de heroína adulterada en la casa que el director, con el que mantenía una relación, tenía en Madrid. El pico sirve como compendio del cine de su autor y de su propia biografía, marcado(a) por la política (fue militante del PCE), la droga (su adicción a la heroína) y la homosexualidad.

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  En las entrevistas realizadas en la época del estreno, Eloy de la Iglesia siempre se encargó de recordar que en su película, detrás de su polémica y de sus imágenes poco sutiles (inyecciones de heroína en primer plano, bebés succionando chupetes rebozados en droga, “monos” llenos de tiritonas y vómitos, violencia desde todos los frentes, prostitución) había una historia sobre padres e hijos. Una historia donde se abre un abismo generacional. Los dos jóvenes protagonistas son hijos, respectivamente, de un guardiacivil y un diputado abertzale. Dos mundos opuestos que se unen para salvar a sus hijos de las drogas, dos padres que ven como aquellos se desvían de forma dramática del camino que les habían trazado en su inamovible ideario. La película deviene el reflejo de una España caótica (en su incipiente democracia) donde ni la política (vieja y nueva), ni la familia (tradicional o no), ni los paraísos artificiales (la droga) ofrecían respuestas a una juventud que empezaba a desconfiar de unos adultos (de unas instituciones) que solo buscaban su provecho personal sin atender sus preocupaciones. Unos mismos jóvenes que parecían desentenderse de una sociedad que ni los protegía ni los entendía.

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  El cine de Eloy de la Iglesia (y El pico como su obra más reconocida) ha asistido a cierta reivindicación a raíz, sobre todo, de la retrospectiva que le dedicó el festival de San Sebastián en 1996 y de su muerte en 2006. Las malas críticas recibidas en su momento, tachándolo de oportunista, morboso, sensacionalista, esquemático y poco sutil, se han convertido en alabanzas hacia su tono documental, su denuncia social y su forma directa y ¿valiente? de acometer temas polémicos y de actualidad. La distancia temporal y la descontextualización han cambiado las maneras de acercarse al cine del director guipuzcoano y sus películas son vistas ahora como documentos de una época. Eso sí, mucho más compleja, oscura y cambiante de lo que se puede intuir en sus toscos y ásperos relatos.

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