Romanos y cristianos

El signo de la cruz (The Sign of the Cross, Cecil B. DeMille, 1932)

 El_signo_de_la_cruz-463501451-largeEs paradójico que una película como El signo de la cruz, dirigida por un director conservador, de firmes (y radicales) convicciones religiosas y patrióticas, situado a la derecha del partido Republicano como Cecil B. DeMille, contribuyera (entre otras películas) a la creación de la National Legion of Decency. Fundada en 1933, se encargó de vigilar y denunciar las películas cuyo contenido pudiera ir en contra de los principios morales de la iglesia católica, creando para este cometido, un sistema de calificación moral y una “lista negra” de films repudiables desde un punto de vista católico. La película de DeMille se sitúa en el periodo llamado Pre-Code, los años anteriores (1930-1934) a la instauración definitiva del famoso Código Hays (reglamentación censora creada por los propios productores de Hollywood sobre los contenidos argumentales y visuales de las películas que estuvo vigente hasta 1966). Algunos de los títulos del periodo Pre-Code destacan por la libertad al mostrar comportamientos sexuales y morales que, tras la aplicación del código, no volveríamos a ver en las pantallas de Hollywood hasta muchos años después. [1]

  El signo de la cruz, producida por Paramount, se basa en una exitosa obra teatral del mismo nombre, del inglés Wilson Barret estrenada en 1895 y que ya había sido llevada al cine en una versión muda dirigida por Frederick Thomson en 1914. Además de DeMille incluye a nombres importantes entre sus responsables, como el director de fotografía Karl Struss o Mitchell Leisen encargado del vestuario y la dirección artística.cedss3 La película fue censurada y reestrenada en 1938 en una versión donde se eliminaron las escenas de contenido erótico-sexual. Porque eso, y no otra cosa, era lo que más molestaba (y sigue molestando) a las “mentes puras”. No el mensaje de la película, que al fin y al cabo, no es otro que la exaltación de un amor puro y espiritual hacia Dios enfrentado a un amor carnal-sexual representado por el paganismo romano. Un amor, puro y casto, que es capaz de convertir al cristianismo a su pagano protagonista masculino en un final que no está lejos de aquel en el que Don Juan, por amor a Doña Inés, salvaba su alma en el último momento en la famosa obra teatral de José Zorrilla.

  El film comienza con las imágenes del incendio de Roma provocado por Nerón (Charles Laughton). A partir de aquí la película retrata la persecución a la que son sometidos los cristianos, obligados a vivir su fe de manera clandestina. Un prefecto romano, Marcus Superbus 52698695d502a60a12dbb6c563792ebc(Frederic March) se debate entre dos mujeres: la joven cristiana Mercia (Elissa Landi), rubia, casta, bondadosa, dulce y humilde, y la esposa de Nerón, Poppea que representa todo lo opuesto a Mercia: morena, insinuante, promiscua, intrigante, sexual y políticamente activa (interpretada por una fantástica Claudette Colbert exprimiendo toda su sensualidad y sexualidad, como en la inolvidable secuencia del baño con leche de burra). A este triángulo amoroso se le suma un componente político en el que Marcus tiene que luchar por no perder el favoritismo de Nerón frente al ambicioso Tigellinus (Ian Keith) y sus conspiraciones palaciegas. Este esquema argumental, realmente pobre y aplicable a cualquier drama sin aspiraciones y por tanto reconocible por cualquier espectador, no es lo que nos interesa de la película. Lo que hace que un film como El signo de la cruz se vea hoy con interés es su aspecto visual (algo que no se le puede negar a DeMille) y como este logra transmitir la idea principal del film: la colisión entre dos mundos opuestos, el de la pagana Roma y el de los cristianos. El mundo romano es ruidoso, brutal, violento, de miradas aviesas y de dobles intenciones, de sexualidad exacerbada, hedonista, mientras que el mundo cristiano es dulce, humilde, beatífico, casto, presidido por el silencio y la quietud, de amor espiritual, de fraternidad y solidaridad entre sus miembros.

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 Las mejores secuencias de la película son aquellas en las que los dos mundos se confrontan al ponerlos en escena en el mismo plano. A este respecto hay tres secuencias destacables. La primera es la irrupción de las tropas romanas durante la reunión clandestina de los cristianos en unas ruinas a las afueras de Roma, donde el recogimiento y la oración se ven interrumpidos por la brutal represión romana. La segunda es la de la orgía en casa de Marcus, donde la cristiana Mercia se resiste a los encantos de la danza de la “Luna desnuda”, número cargado de erotismo, sexualidad y lesbianismo mientras al fondo se escuchan los cantos de los cristianos (en una magnífica utilización de la banda de sonido) que son llevados al coliseo donde serán ejecutados. El choque de estos dos mundos tiene su resumen y colofón en la larga secuencia del coliseo que ocupa los treinta últimos minutos del film. Con un espectacular movimiento, que parte de los últimos pisos del exterior del coliseo, la cámara va descendiendo mientras escuchamos los comentarios de los espectadores, hasta llegar a nivel del suelo donde un cartel anuncia el programa del espectáculo para ese día (eventos que luego veremos en pantalla, a cada cual más violento y extravagante). La presentación de la secuencia termina en la gran mazmorra (situada en el subsuelo) donde están los cristianos que serán lanzados a la arena para ser devorados por hambrientos leones. Durante toda la secuencia DeMille combina imágenes de lo que sucede en la arena con lo que sucede en las mazmorras, oponiendo y contrastando el mundo romano y el mundo cristiano con los atributos antes citados.

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  La salvación y conversión cristiana final de Marcus por amor a Marcia (incapaz de renunciar a su Dios y a su fe) se produce en las escaleras que dan acceso a la arena del coliseo. Escaleras transformadas, ahora ya, no en símbolo de muerte sino en metáfora de ascenso hacia los cielos.

 

[1] Para más información sobre el periodo se puede consultar el excelente artículo de Ramón Freixas y Joan Bassa: “Pre-Code 1930-1934.Un periodo excepcional.” Dirigido por. Nº 428, diciembre 2012, pag. 54-73.

 

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